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saludos,
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La Biblioteca Municipal como parte de la Red de Bibliotecas Públicas de Colsubsidio es concebida como centro de recursos educativos y culturales, donde se concreta un espacio que dinamiza, impulsa e integra diversas actividades, servicios y programas para que los usuarios puedan acceder a la información, al conocimiento, a la educación y a la cultura, brindado la oportunidad de mejorar su nivel de vida.
sábado, 29 de diciembre de 2012
viernes, 14 de diciembre de 2012
LIBROS RECOMENDADOS PARA TODAS LAS EDADES
Trapito feliz /
Tony Ross
Ediciones Fondo de Cultura Económica
1994, 24 p.
Un corazón que late
Virginie Aladjidi
Joelle Jolivet
Editorial Kókinos
2006, 20 p.
La Familia /
Helen Oxenbury
Editorial Juventud
1982, 12 p.
Niña bonita/
Ana María Machado
Ediciones Ekaré
2011, 22 p.
Cuento de Navidad/
Charles Dickens
Editorial Vicens Vives
2002, 111 p.
El libro de la selva/
Rudyard Kipling
Grupo Editorial Norma
2002, 221 p.
Perder es cuestión de método /
Santiago Gamboa
Editorial Planeta Colombia
2003, 339 p.
Autores Selectos /
Franz Kafka
Grupo Editorial Tomo S.A. de C.V.
2003, 555 p.
El gran libro de los juegos/
Josep M. Allué
Parramón Ediciones, S.A.
2008, 192 p.
Qué me dices de…Reciclaje/
José Precioso y Renato Henriquez
Nova Galicia Edicións, S.L.
2008, 53 p.
sábado, 1 de diciembre de 2012
LÉETE ESTE CUENTO EN DICIEMBRE
LA NIÑA DE LOS FOSFOROS
¡Qué
frío tan atroz! Caía la nieve, y la noche se venía encima. Era el día de
Nochebuena. En medio del frío y de la oscuridad, una pobre niña pasó por la
calle con la cabeza y los pies desnuditos. Tenía, en verdad, zapatos cuando
salió de su casa; pero no le habían servido mucho tiempo. Eran unas zapatillas
enormes que su madre ya había usado: tan grandes, que la niña las perdió al
apresurarse a atravesar la calle para que no la pisasen los carruajes que iban
en direcciones opuestas.
La niña caminaba, pues, con los piececitos
desnudos, que estaban rojos y azules del frío; llevaba en el delantal, que era
muy viejo, algunas docenas de cajas de fósforos y tenía en la mano una de ellas
como muestra. Era muy mal día: ningún comprador se había presentado, y, por
consiguiente, la niña no había ganado ni un céntimo. Tenía mucha hambre, mucho
frío y muy mísero aspecto. ¡Pobre niña! Los copos de nieve se posaban en sus
largos cabellos rubios, que le caían en preciosos bucles sobre el cuello; pero
no pensaba en sus cabellos. Veía bullir las luces a través de las ventanas; el
olor de los asados se percibía por todas partes. Era el día de Nochebuena, y en
esta festividad pensaba la infeliz niña.
Se sentó en una plazoleta, y se acurrucó en
un rincón entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y entumecía sus
miembros; pero no se atrevía a presentarse en su casa; volvía con todos los
fósforos y sin una sola moneda. Su madrastra la maltrataría, y, además, en su
casa hacía también mucho frío. Vivían bajo el tejado y el viento soplaba allí
con furia, aunque las mayores aberturas habían sido tapadas con paja y trapos
viejos. Sus manecitas estaban casi yertas de frío. ¡Ah! ¡Cuánto placer le
causaría calentarse con una cerillita! ¡Si se atreviera a sacar una sola de la
caja, a frotarla en la pared y a calentarse los dedos! Sacó una. ¡Rich! ¡Cómo
alumbraba y cómo ardía! Despedía una llama clara y caliente como la de una
velita cuando la rodeó con su mano. ¡Qué luz tan hermosa! Creía la niña que
estaba sentada en una gran chimenea de hierro, adornada con bolas y cubierta
con una capa de latón reluciente. ¡Ardía el fuego allí de un modo tan hermoso!
¡Calentaba tan bien!
Pero todo acaba en el mundo. La niña
extendió sus piececillos para calentarlos también; más la llama se apagó: ya no
le quedaba a la niña en la mano más que un pedacito de cerilla. Frotó otra, que
ardió y brilló como la primera; y allí donde la luz cayó sobre la pared, se
hizo tan transparente como una gasa.
La niña creyó ver una habitación en que la
mesa estaba cubierta por un blanco mantel resplandeciente con finas porcelanas,
y sobre el cual un pavo asado y relleno de trufas exhalaba un perfume delicioso.
¡Oh sorpresa! ¡Oh felicidad! De pronto
tuvo la ilusión de que el ave saltaba de su plato sobre el pavimento con el
tenedor y el cuchillo clavados en la pechuga, y rodaba hasta llegar a sus
piececitos. Pero la segunda cerilla se apagó, y no vio ante sí más que la pared
impenetrable y fría.
Encendió un nuevo fósforo. Creyó entonces
verse sentada cerca de un magnífico nacimiento: era más rico y mayor que todos
los que había visto en aquellos días en el escaparate de los más ricos
comercios. Mil luces ardían en los arbolillos; los pastores y zagalas parecían
moverse y sonreír a la niña. Esta, embelesada, levantó entonces las dos manos,
y el fósforo se apagó. Todas las luces del nacimiento se elevaron, y comprendió
entonces que no eran más que estrellas. Una de ellas pasó trazando una línea de
fuego en el cielo.
-Esto quiere decir que alguien ha muerto-
pensó la niña; porque su abuelita, que era la única que había sido buena para
ella, pero que ya no existía, le había dicho muchas veces: "Cuando cae una
estrella, es que un alma sube hasta el trono de Dios". Todavía frotó la
niña otro fósforo en la pared, y creyó ver una gran luz, en medio de la cual
estaba su abuela en pie y con un aspecto sublime y radiante.
-¡Abuelita!- gritó la niña-. ¡Llévame contigo!
¡Cuando se apague el fósforo, sé muy bien que ya no te veré más! ¡Desaparecerás
como la chimenea de hierro, como el ave asada y como el hermoso nacimiento! Después
se atrevió a frotar el resto de la caja, porque quería conservar la ilusión de
que veía a su abuelita, y los fósforos esparcieron una claridad vivísima. Nunca
la abuela le había parecido tan grande ni tan hermosa. Cogió a la niña bajo el
brazo, y las dos se elevaron en medio de la luz hasta un sitio tan elevado, que
allí no hacía frío, ni se sentía hambre, ni tristeza: hasta el trono de Dios.
Cuando llegó el nuevo día seguía sentada la
niña entre las dos casas, con las mejillas rojas y la sonrisa en los labios.
¡Muerta, muerta de frío en la Nochebuena! El sol iluminó a aquel tierno ser sentado
allí con las cajas de cerillas, de las cuales una había ardido por completo.
-¡Ha querido calentarse la pobrecita!- dijo
alguien.
Pero nadie pudo saber las hermosas cosas
que había visto, ni en medio de qué resplandor había entrado con su anciana abuela
en el reino de los cielos.
Hans Christian
Andersen
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